EFECTO ZANDVOORT: 1973, LA TRAGEDIA DE ROGER WILLIAMSON


(Nota escrita a 40 años de la que fue, probablemente, la tragedia más cruel de la historia del Mundial de Fórmula 1, la muerte de Roger Williamson)

Zandvoort, Grand Prix de Holanda, 29 de julio de 1973. El accidente es ampliamente conocido, las circunstancias no tanto. Transcurren ocho vueltas de la carrera cuando estalla una cubierta del March-Ford que conduce Roger Williamson, el auto vuelca y, con el piloto atrapado, es presa de las llamas. Su colega David Purley pretende rescatarlo ante la impericia o el desdén de los banderilleros locales. Inútilmente. La carrera, mientras tanto, continúa. Ninguno de los pilotos afloja al circular por la zona del accidente.

La victoria finalmente será propiedad del escocés Jackie Stewart, que a fin de año se consagrará campeón mundial por tercera vez, para abandonar el automovilismo. Lo que a esa altura del año pocas personas saben es que Stewart ya ha decidido su retiro. Y que Ken Tyrrell ya había hecho su elección para reemplazar al escocés.


Williamson había dado su conformidad antes de la carrera holandesa para sumarse a la escuadra líder del momento a partir de 1974, aunque para eso tuviera que dejar de correr para su mecenas, Tom Wheatcroft (un industrial entusiasta que años más tarde compraría el circuito de Donington y llevaría a la F-1 allí en 1993, veinte años después de esta historia).
Documento: la licencia deportiva de Roger Williamson en 1973

En 1973, Zandvoort volvía al calendario de la F-1 tras un año de ausencia a causa del boicot de los pilotos: la pista holandesa, esencialmente una recta larga, dos horquillas y un anillo circundante de curvas de alta velocidad enterradas en las dunas del Mar del Norte, era suficientemente insegura como para atemorizar aún en aquella época en que la tragedia era la otra cara de la moneda.

Frente a la ausencia de la carrera, el consejo local intentó cerrar el circuito; un grupo de entusiastas lo salvaron, invirtiendo cerca de lo que hoy sería un millón de euros en su remodelación. Stewart, que había tachado a Zandvoort de “maligno”, aprobó las mejoras de la pista en nombre de la Grand Prix Drivers Association (GPDA). Pero la organización no estuvo a la altura.


En la octava vuelta ocurrió el accidente. Williamson quedó atrapado en el coche, pero los auxiliares de pista no contaban con el equipo adecuado para rescatarlo, ni siquiera con extintores. El director de la carrera, Ben Huisman, no gozaba de contacto radial con la curva, y creyó que el humo era producto de gomas que quemaban los espectadores… Después de todo el esfuerzo que habían realizado para recuperar la carrera, no estaba dispuesto a detenerla por una tontería como esa.


Purley, queriendo rescatar a Williamson, lo escuchaba aullar: “¡Por amor de Dios, sáquenme de aquí!”


Recién en el giro 20, doce vueltas después del accidente, quince minutos más tarde, un camión Bedford con equipos antiincendio fue despachado rumbo a la curva, viajando a 40 km/h con 500 litros de agua en su tanque.


(La autopsia diría que para entonces, Williamson había fallecido tras inhalar los gases tóxicos de la combustión. Cuando las llamas alcanzaron su cuerpo, ya había perecido).


“Si la gente me hubiera ayudado, podríamos haber dado vuelta el auto o apenas haberlo levantado lo suficiente como para que saliera de allí”, se lamentó Purley al terminar el Grand Prix.


Uno de los auxiliares de pista, Herman Brammer, admitió años más tarde que creyó que Williamson había muerto instantáneamente al volcar el auto, y que por eso no sintió ninguna responsabilidad por la tragedia.


Una vez apagado el incendio, los bomberos dieron vuelta el auto, con el cadáver adentro y esperaron a que el Grand Prix terminara para subirlo a un camión. En los boxes entregaron los restos del auto al equipo. Fueron los mecánicos de March los que tuvieron que sacar el cadáver del coche.


La policía lo llevó a la morgue, detuvo a Wheatcroft, luego lo soltó y lo mandó a reconocer el cadáver. Louis Stanley, el patrón del equipo BRM, lo acompañó a cumplir tan penosa tarea, y así contó lo que vio: “En el centro de la sala mortuoria estaba el ataúd. Nos ayudaron a levantar la tapa. Si alguna vez hubo una condena para el automovilismo, fue esa. Roger Williamson, en un manchado buzo antiflama, había lazado sus dos manos a la altura de la cara como si hubiera querido alejar la presencia de la muerte”.


En 2003, al cumplirse 30 años de la tragedia, Huisman habló para la TV holandesa y reconoció que “en 1973 no le dimos a Williamson una oportunidad para sobrevivir. En ese circuito, en esa curva en particular, las chances de sobrevivir a un accidente eran virtualmente nulas. Williamson era joven y le quitamos su derecho a vivir una vida normal”.


Sin embargo, se defendió así: “Vimos humo, pero no oímos nada. Pensé ‘no puede ser nada importante, porque los tiempos de vuelta son los mismos’. Pensamos que nada podía suceder en nuestro circuito. Lo habíamos hecho seguro, ¿qué podía pasar? Pero en la vuelta 20 pensé ‘algo anda mal’ y mandamos a los bomberos. Si un auto hubiera chocado, los otros pilotos habrían levantado… pero nadie lo hizo”. Los pilotos no se detuvieron porque nadie les daba la orden: veían a Purley y creían que el auto era el suyo, y que había escapado al fuego.


Todavía hoy cuesta entender tanta inoperancia, tanta desidia.




En julio de 2003, diez años atrás, Wheatcroft inauguró en Donington una estatua de su protegido Williamson. Entre los asistentes al evento, uno de ellos se mantuvo de incógnito. Era Ben Huisman. La TV holandesa lo había llevado allí para hacer un programa especial. Pero Wheatcroft no fue avisado de su asistencia. En su autobiografía, más tarde, escribió: “Había sido un día muy emotivo y aún después de tantos años no creo que hubiera encontrado indulgencia en mi corazón”.






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