El 1° de mayo de 1994, en la curva de Tamburello, la primera del circuito de Imola (Italia), Ayrton Senna se transformó, a los 34 años, en inmortal.
No existía la Internet.
Ni Twitter.
Ni Instagram.
Ni Facebook.
Ni siquiera el concepto de lo que iba a volverse una red social.
Pero googleá Ayrton Senna.
¿El resultado? “Cerca de 24.400.000 de resultados”, te informa el buscador. Más de 24 millones. Kilómetros de materiales producidos, salvo excepciones, después del accidente trágico que acabó con la vida del brasileño.
En los términos actuales, eso significa poco menos que la inmortalidad.
Probemos un ejercicio adicional. Tecleemos “Ayrton Senna + Argentina”. La búsqueda da cerca de 2.340.000 resultados. Un diez por ciento de la cifra anterior, influenciada sin duda por el hecho de que realizamos la encuesta en territorio argentino, desde ya.
Pero de ninguna manera eso es llamativo. Herencia de un pasado fierrero, la Argentina añoró durante años la presencia de un ídolo propio en la máxima categoría del automovilismo mundial. Nuestros abuelos se regodearon con los cinco campeonatos mundiales de Juan Manuel Fangio, al que veían correr una vez por año en el Autódromo de Buenos Aires y después seguían por radio, en la voz desmesurada (hoy la llamarían populista) de Luis Elías Sojit; los que pasamos el medio siglo nos contentamos con los intentos repetidos de Carlos Reutemann por conseguir un título al menos, en la época en la que la Argentina era pionera a nivel mundial para tomar las transmisiones televisivas (en 1977 o 1978 se veía más F-1 en vivo y en directo aquí que en Inglaterra, por ejemplo), un esfuerzo ciclópeo que casi se cristaliza en 1981; pero después vino la travesía del desierto: Ni carrera local ni pilotos que nos representaran.
Así que los fanáticos argentinos adoptaron, de entrada nomás, a Ayrton Senna: a falta de un compatriota al que apoyar en una Fórmula 1 huérfana de dulce de leche y colectivo, un paulista con crecientes chances de éxito podía, por cercanía, hacerse cargo de las necesidades de una tradición.
Reutemann, uno de los tres pilotos argentinos que lograron ganar un Grand Prix de Fórmula 1, llevaba pocos años de retirado cuando Senna irrumpió en escena, y solía frecuentar, todavía, esas carreras: a mediados de los ´80 confiaba que pocas cosas le proporcionaban más placer en un fin de semana de F-1 que alejarse hasta una curva veloz y ver a Senna dar su vuelta de clasificación con neumáticos especiales y casi 1.400 HP de potencia en su motor.
Pero la simpatía de Senna por los argentinos tenía un solo punto de contacto y ese era Fangio. El brasileño admiraba lo que el balcarceño había edificado en los ’50, una época en la que el riesgo de muerte en la F-1 era verdaderamente elevado, por lo que en general era imprescindible poner en juego una ética deportiva que no acentuara el filo del peligro.
En el pináculo de su campaña, Senna protagonizó un duelo con el francés Alain Prost, enfrentamiento considerado hoy como el más acérrimo de la historia del Mundial de la disciplina, en el que solía asumir públicamente el papel del muchachito bueno, constantemente acechado por las maquinaciones políticas del piloto galo. Una concepción un tanto maniquea, forzada, vista a la distancia, pero que en ese época –sin redes sociales- tenía grandes defensores. De allí la identificación de Senna con Fangio, reivindicando esos principios, que no aplicaba automáticamente, valga aclararlo.
Pero el brasileño agarró un Fangio ya cansado intelectualmente. Cuando se cruzaron una noche de noviembre de 1991 en Buenos Aires, había conquistado su tercer título mundial pero el balcarceño venía penando desde hacía rato con sus problemas renales. A Senna le habría sido más útil el Chueco de los ’60 o los ’70, mentalmente más fresco y con una capacidad de consejo y guía todavía ágil.
Ese Fangio que se sube al podio del Grand Prix de Brasil de 1993, en Interlagos –una carrera a la que concurrió invitado por un sponsor de la competencia, no por la Fórmula 1, como debió ocurrir- luce lento, como agotado, y su alegría por la victoria de Senna, que se ve sorprendido en lo más alto del podio por la presencia de su ídolo, no parece lo espontánea que podría haber sido un par de décadas antes. Cubrí esa carrera para la legendaria revista El Gráfico.
Insólitamente, Senna se marchó antes. Fangio ya estaba enfermo cuando aquel domingo de mayo se dispuso a ver por TV el GP de San Marino, en su casa de la calle Guatemala, en Palermo. Su sobrina Ethel, que consagró su vida a cuidarlo, me contó en 2011 cómo transcurrió esos momentos: “No perdía una sola carrera de Fórmula 1 por TV. Estaba mirando cuando fue el accidente de Ayrton Senna. Justo lo estábamos acompañando al baño cuando sucedió. ‘¿Qué, se mató Senna?’, preguntó inquieto. ‘No, Juan, escuchaste mal’, le dije yo para calmarlo. Pero era cierto. Lo golpeó más que nunca más volvió a mirar F-1”. El Chueco murió 15 meses después, en julio de 1995.
Tanto respeto decía tenerle Senna a Fangio que su idea era conquistar cinco títulos mundiales, igualar así el record del balcarceño, y automáticamente anunciar su retiro del automovilismo, para no superarlo. Ya en 1994 soñaba con otra vida fuera de las carreras: había recuperado el amor y sus deseos parecían haberse diversificado, lejos de las pistas. Ese record, finalmente, lo igualó Michael Schumacher en 2002, subiéndolo a siete títulos en 2004.
Hace unos años, cuando vino a competir a Buenos Aires, Bruno Senna (el hijo de Viviane, la hermana de Ayrton) me contó lo siguiente: “En Brasil, Fangio es muy popular, pero no sabía qué tanto podía serlo Senna en Argentina. Ya en el aeropuerto, en Migraciones, en la Aduana, comenzaron a identificarme, y en la pista la cantidad de hinchas de Senna que ví fue la mayor en toda la temporada”.
Los aficionados argentinos, que peregrinaban en masa a Brasil para ver correr a Senna cada vez que la F-1 cumplía su ronda anual en el país hermano, lamentan todavía hoy no haberlo disfrutado en nuestro autódromo porteño: la Argentina no tuvo Grand Prix entre 1981 y 1995. La vuelta tuvo lugar el 9 de abril de 1995, menos de un año después de la tragedia que se llevó para siempre al brasileño.
A fines de los ’90, la convertibilidad le permitió al país fierrero tener varios pilotos en Europa y luego, por añadidura, en la máxima categoría. Pero, haciendo todo lo que podían, Norberto Fontana, Esteban Tuero o Gastón Mazzacane estuvieron lejos de descollar y, aunque despertaron simpatías entre los verdaderos fanáticos, no alcanzaron la repercusión que Senna generó en los argentinos comunes.
Ayrton Ruiz es relator deportivo en la cadena Fox Sports. “Fui el primer Ayrton de la Argentina, tuvieron que ponerme un segundo nombre para que se pudiera identificar el sexo. Mi papá quería ponerme Ayrton o Gilles (por Villeneuve), mi vieja inclinó la balanza”, me cuenta. “Es un honor y un orgullo llevar el nombre de alguien que marcó un hito dentro del deporte: a Senna lo conocen hasta los que no vieron automovilismo. Mi primer recuerdo de él es uno muy vago del día en que murió, tenía menos de 4 años, lo conocí mucho después por videos, historias, anécdotas, ahí tomé conciencia de que llevaba el nombre de un tipo muy importante para el deporte en general. Me habría encantado haberlo disfrutado en su momento”. Como Ruiz, muchos pibes (y no tanto) hoy se llaman Ayrton en la Argentina.
Senna tiene hoy página web (www.ayrtonsenna.com.br), cuenta oficial de Twitter (@ayrtonsenna, con 281 mil seguidores), de Facebook y de Instagram, dedicadas a su memoria.
El Senna de hoy se llama Lewis Hamilton. Hay mucho del brasileño en él, más allá de los títulos mundiales (5, como Fangio, contra 3 del brasileño) y de su estilo agresivo de conducción.
El inglés tiene 5,5 millones de seguidores en Twitter. Diez millones y medio de followers en Instagram. Vive en las redes y no postea desde el habitáculo de su Mercedes mientras maneja simplemente porque está prohibido.
Pero su concepción de lo social, probablemente influido por el tiempo en el que vive, es muy distinta de la que al que manejaba el brasileño. Las redes que manejaba Senna, en todo caso, ayudaban a pescar. El Instituto Ayrton Senna (que tiene 141 mil seguidores en Twitter), creado por el piloto en que todavía conduce su hermana Viviane, “lleva más de 20 años transformando vidas con educación de calidad” en Brasil.
No habrá un Instituto Hamilton dedicado a brindar oportunidades educativas a los niños de su país.
Ni tantos argentinos que se identifiquen con él.
1 Comentarios
muy buen artículo, da cuenta fehacientemente del calibre de su figura. sin embargo he de decir que me ha dolido un poco los términos que hacen referencia a la situación vital contemporánea de nuestro querido "Chueco" que bien por todos es sabido el aprecio y debilidad que "Beco" le inspiraba.. muchas gracias
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