LAUDA: LA INTIMIDACION AL VOLANTE


Con Carlos Reutemann arribado a Ferrari, le preguntaron a Niki Lauda cómo consideraba al argentino: ¿como un compañero o como un rival?

-Ni uno ni lo otro –respondió lacónico el austríaco.

El argentino había sido contratado por Enzo Ferrari cuando Lauda se restablecía de su pavoroso accidente en Nurburgring, en agosto de 1976, y eso habría podido explicar su rabiosa indiferencia. En realidad, Lauda tendía trampas psicológicas a las que son tan afectos los auténticos campeones.

El austríaco lo hacía a menudo. Ese año, hasta el accidente, lideraba cómodamente el Mundial. Pero tras Nurburgring, James Hunt, piloto de McLaren comenzó a acercarse peligrosamente en la tabla. Lauda sumaba puntitos y el inglés ganaba en Holanda, en Canadá... Los unía una relación amistosa y para el Grand Prix de los Estados Unidos, en Watkins Glen, se alojaron en el famoso Glen Motor Inn, en habitaciones contiguas, con una puerta que las comunicaba. 

El día de la carrera, sabiendo que Hunt se despertaba a las 8, Lauda entró al cuarto de su rival marchando a paso de ganso, al estilo prusiano, impecablemente vestido como para correr. Se acercó a la cama del adormilado inglés, lo miró fijamente y le espetó:

-¡Hoy voy a ganar el campeonato!

Tras lo cual volvió a marchar rumbo a su cuarto. Era cierto: si Lauda ganaba la carrera, era campeón.

Pero venció Hunt. Y después vino Japón, el Monte Fuji, la lluvia... 





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