Todas los pases para el paddock de la F1 acreditan tu condición: piloto, técnico, periodista... El de Niki Lauda no: el suyo lo catalogaba como "leyenda".
Es fácil para quienes lo vimos correr entender el porqué. No es tan sencillo para los más jóvenes, que probablemente lo conocen más por la película "Rush", que recrea su duelo con James Hunt en 1976. Pero es indudable que no se volvió leyenda a través de la película sino a la inversa: el filme se rodó gracias a que Lauda era ya una leyenda de vida.
Los argentinos tuvimos a Juan Manuel Fangio, que ganó cinco títulos en los '50. Lo que parecía una hazaña irrepetible, finalmente fue superada medio siglo después, por Michael Schumacher, que igualó el record y luego lo estiró a siete títulos. Y durante 15 años creímos que era otra hazaña inigualable hasta que vemos que el año que viene Lewis Hamilton puede repetirla.
Fangio, Schumacher, Hamilton seguirán siendo grandes aunque otros alcancen y superen sus logros.
Lo que hace especial a Lauda es que su hazaña jamás será repetida.
La historia del deporte está jalonada por grandes, dramáticos regresos cargados de éxito. Muhammad Ali, Michael Jordan, Michael Phelps, más recientemente Tiger Woods, fueron todos protagonistas de retornos coronados por el suceso.
Pero ninguno volvió de la muerte para ser campeón como hizo Niki Lauda. Esa victoria sobre la tragedia, a la que postergó durante 43 años, no tiene parangón en la historia del deporte. Ese milagro deportivo es lo que cimentó la leyenda de Lauda, que trascendió los límites de la actividad.
Le dedicaron obituarios desde las publicaciones deportivas más obvias hasta medios como Forbes, el Wall Street Journal o el New York Times. Lauda fue mucho más que un tricampeón mundial de Fórmula 1.
Sufrió su accidente el 1° de agosto de 1976; volvió a sentarse en una Ferrari de F-1 el 7 de setiembre, 37 días después; y volvió a correr el 12 de setiembre, 42 días más tarde. Luego, sin el apoyo de Enzo Ferrari, salió campeón en el GP de Italia de 1977, el 11 de setiembre de aquel año, 406 días (58 semanas) tras el accidente.
Y su hazaña jamás será repetida porque es improbable que, con los niveles de seguridad actuales en la máxima categoría, un piloto se asome al límite de la muerte. Los coches de F-1 ya no se incendian: Los tanques de combustible están ubicados detrás del piloto y construidos en materiales prácticamente indestructibles.
Ese drama de 1976 fue visto como la llave de acceso de la TV a la F-1. Después de Nurburgring y la definición en Fuji, las principales cadenas de TV en Europa comenzaron a transmitir en vivo todos los Grands Prix, algo que hasta ese momento solo hacían esporádicamente. Casualidad o no, 1977 fue el primer año en el que los argentinos vimos todo el Mundial por TV. Con Carlos Reutemann en Ferrari, claro, superado claramente por Lauda.
Estilo propio
¿Por qué fue tan bueno Lauda como conductor? Impuso su propio estilo. En la época en la que informática era ciencia ficción, ese estilo devastador le valió el apodo de La Computadora. No había radios, no había comunicación con los boxes, los pilotos tomaban sus propias decisiones. Sus carreras desde la punta eran demoledoras, un poco como Hamilton hoy.
Después, marcó una época con Ferrari. Con 20 puntos más, 18 en 1974 y 2 en 1976, habría ganado cuatro títulos consecutivos con la casa italiana. Una pinchadura de neumático en Brands Hatch '74, un recalentamiento en Monza '74 y la fatídica rotura de suspensión en Nurburgring '76 lo alejaron de esa conquista.
Si Lauda hubiera contado con la confiabilidad de las Ferrari de las que gozó Schumacher 30 años después, podría haber sido Quíntuple campeón mundial en 1984. Dicho de otro modo: lo que los jóvenes vieron con Schumacher en el quinquenio 2000-2004, ya lo habíamos visto con el austríaco tres décadas antes.
Ganó ese segundo título, en 1977, un año después del accidente que casi le cuesta la vida en Nurburgring, sin disponer del mejor auto de ese año: la Ferrari 312T2 era inferior al Lotus 78, por ejemplo. Salió campeón sin, siquiera, haber sido el piloto más vencedor de aquella temporada.
La leyenda aumentó cuando decidió regresar a la F-1 después de un intempestivo retiro a fines de 1979, y volvió a ser campeón mundial en 1984. Ese año, su inteligencia pesó más que la velocidad de su joven compañero en McLaren, Alain Prost.
Prost fue en promedio 1s2 más veloz que Lauda en las clasificaciones de 1984. Esa cifra es mentirosa. A poco de rodar el campeonato, el austriaco se dio cuenta de que no podía competir con el francés en velocidad. Entonces, empezó a usar esas tandas de clasificación para preparar mejor su coche para la carrera. Ya no se preocupó tanto por la diferencia que le hacía su compañero, sino en ver cómo remontaba luego -largando más atrás- esas posiciones en la competencia. Al cabo, Prost ganó siete Grands Prix, pero Lauda venció en cinco y se quedó con el título por medio punto.
En esa segunda época se vio un piloto más meduloso, si eso era posible, que nunca desentonó ni generó compasión. Completó el panorama. Fue campeón siendo rápido y no tanto. Fue campeón volviendo del retiro. Pero, por sobre todo, fue campeón retornando de la muerte.
Desde entonces, vivió saliendo y entrando a la F-1, ya no como piloto sino como directivo, consejero o, simplemente, hombre influyente. El retiro forzado de Bernie Ecclestone en 2017 lo había ungido como el personaje más carismático de la categoría fuera de la pista.
El ha dejado, ahora, un trono vacío.
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