Cada año, cuando el calendario atraviesa el 17 de julio, se reanudan los homenajes a la memoria de uno de los deportistas más exitosos de la historia argentina, Juan Manuel Fangio, en ocasión de cumplirse un nuevo aniversario de su inmortalidad. Fangio murió a los 84 años y si su vida pletórica de gloria es ampliamente conocida por los fanáticos, de aquellas últimas, oscuras curvas existen pocos registros.
En 2011, el año del centenario del nacimiento del balcarceño, y como parte de la producción del libro "Siglo Fangio" que produjimos con El Gráfico en conmemoración de ese acontecimiento, visité a Ethel Ruth Fangio, la sobrina del Chueco, en su casa familiar de la calle Guatemala, en Palermo Viejo, el elegante barrio porteño al que el Quíntuple se había mudado en 1988.
En una tarde en la que el respeto dominó ampliamente aquella conversación, Pipí -como la llamaban todos- rememoró con gran emoción los últimos momentos de su tío, uno de los pilotos más destacados del automovilismo mundial a lo largo de todas sus épocas.
El declive físico de Fangio comenzó a partir de sus problemas renales. "Cuando le informaron que tenía que dializarse se resistió: 'No, de ninguna manera', dijo", me contó Pipí entonces. "Creía que iba a estar atado a eso, que iba a perder su libertad. Una novia que tenía entonces y yo lo convencimos de que eso le iba a permitir vivir unos años más. Los médicos le explicaron bien y aceptó. Tres veces por semana iba a dializarse, lo acompañé siempre. Al final terminó dándose cuenta de que el equipo que usaba acá era muy bueno, mejor que lo que podían darle en Alemanias. Gracias a eso mantuvo su vida activa".
Fangio había sufrido un problema cardíaco mientras visitaba Dubai en 1981, pero su corazón seguía latiendo con fuerza en el arranque de la década del '90: el doctor René Favaloro le había practicado un by-pass luego de aquel avatar en Medio Oriente. No era el corazón el causante de los dramas.
Lo traté en un par de oportunidades en 1991, el año de su 80° cumpleaños. Su físico no se veía disminuido más allá de la condición lógica de un octogenario que había fatigado el mundo, entre las rutas y las pistas, durante la mayor parte de su vida. Al año siguiente produjimos una entrevista conjunta con su sobrino Juanmanuelito, que acababa de consagrarse campeón de la IMSA GTP en los Estados Unidos, en Balcarce. Se lo veía bien, aunque ya el tratamiento de diálisis había comenzado y le habían extraído un tumor benigno de uno de sus riñones.
Distinto fue el panorama cuando lo visité en 1994 en la casa de Palermo, a propósito del inminente regreso de la Fórmula 1 a la Argentina. Para entonces, había sufrido una infección intestinal mientras estaba en Stuttgart (Alemania), durante 1993, que obligó a su internación, y en diciembre de ese año lo atacó una hipercalcemia sanguínea. Demasiado para un solo cuerpo ya castigado.
Para colmo, la muerte reciente -en ese entonces- de Ayrton Senna, también lo había alcanzado como un rudo golpe.
Antes de la internación en Stuttgart, había participado de una exhibición en la Costa Esmeralda, en Cerdeña (Italia), en la que fue vivado mientras daba un par de vueltas a bordo de una Alfetta, el Alfa Romeo 159 de su primer título mundial. Ocurrió el 15 de setiembre de ese año: fue la última ocasión en la que Fangio condujo un automóvil de competición.
"Manejó hasta principios del '94, era muy guapo pese a que sentía mucho dolor. A lo sumo cedía un rato el volante pero cuando iba a Balcarce llegaba manejando y salía manejando", recordaba su sobrina en 2011. El deterioro se hizo más agudo a fines de ese año. Dejó de trabajar en las oficinas de Mercedes-Benz Argentina y se recluyó en su casa de Palermo Viejo. Allí lo visitó Stirling Moss: fue la última vez que el piloto inglés lo vio con vida.
Arnold Rodríguez Campos, uno de sus secuestradores cubanos, con el que luego trabó una formidable amistad, recuerda en sus memorias que también visitó en Palermo a Fangio, el 12 de febrero de 1995, "por una gentil decisión de su sobrina Pipí"; pero impresiona su juicio: "por esos días ya Fangio estaba prácticamente fuera de este mundo".
Sigue Pipí: "Cuando la Fórmula 1 volvió a la Argentina en 1995, Mercedes pidió que sus pilotos, Mika Hakkinen y Mark Blundell, pudieran verlo. Juan ya no recibía a nadie pero se hizo una excepción. Juan estaba sentado en el sillón del living y esos muchachos llegaron, se arrodillaron en el piso, le tomaron una mano a cada uno y no pronunciaron palabra, de la emoción. A Juan le rodaban lágrimas sobre las mejillas".
Ello ocurrió en abril de ese año. Las señales de deterioro eran evidentes y el desenlace se acercaba.
El viernes 14 de julio, Fangio sufrió una insuficiencia respiratoria, consecuencia de un estado gripal. Le diagnosticaron bronconeumonía y lo internaron en el sanatorio Mater Dei. El relato de Pipí se vuelve dramático:
"Juan murió en mis brazos. Esa noche ya casi no podía respirar por las flemas, las enfermeras intentaban todo pero Juan perdía sangre, el cuadro era tan tremendo que dije ¡basta!. Pedí que lo dejaran. El me miró, largamente... ¡La paz que tenían esos ojos azules! Yo entendí que quería que lo dejara ir... Nunca quise que se muriera, pero allí comprendí".
Eran las 4:10 de la mañana de aquel lunes 17. Sus restos fueron velados ese días en la Casa de Gobierno y, al día siguiente, ya descansaban en el panteón familiar, junto a sus padres Loreto y Herminia, en el cementerio de Balcarce.
Pipí murió en febrero de 2016. Ella se había encargado durante años de mantener intacto el dormitorio del Chueco, en el segundo piso de la casa de Palermo Viejo, acomodado de la misma manera en la que su tío lo había utilizado hasta esos aciagos días de 1995. Tuve el honor de permanecer unos minutos en ese terreno sagrado. No lo olvidaré jamás.
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