UNA FIESTA SIN INVITADOS: EL PRECIO QUE HAY QUE PAGAR PARA EL REGRESO DE LA FÓRMULA 1


El público siempre es protagonista, de una u otra manera, de los Grands Prix de Fórmula 1. No necesariamente en la acepción más válida. Se acepta que haya sido la variable eliminada para el arranque del Mundial 2020 porque la pandemia del coronavirus requiere reacción y medidas extremas, pero no es un detalle ni una pérdida menor que las carreras se disputen en ámbitos completamente desiertos cuando están tan acostumbrados a recibir multitudes.

Así, no habrá podio multitudinario en Monza, uno de los momentos mágicos de la temporada, y está en duda que haya un Foro Sol desbordante en México, acaso el instante del año que más emoción nos produce a los latinoamericanos. Sin público, sin fanáticos, cualquier pista parecerá la misma. Un autódromo sin hinchas de Ferrari o de cualquier otro equipo o piloto se parecerá más a un teatro vacío que a un coliseo de velocidad pura.

Es el precio que hay que pagar para volver a disfrutar de la F-1.

Pero, al menos, sin espectadores no se vivirán momentos de angustia como los de Inglaterra 2003, cuando un falso pastor llamado Neil Horan, ingresó de imprevisto al circuito, en en el giro 11, para presuntamente anunciar el fin de los tiempos. Salió ileso de milagro y también los pilotos que lograron evitarlo, mientras circulaban por la recta del Hangar a más de 280 km/h.

También en Alemania 2000 se había vivido un momento similar, cuando en el giro 25 un desquiciado cruzó la pista y caminó un rato por la banquina en Hockenheim para protestar contra su despido de la fábrica Mercedes. Lo peor fue que lo que parecía una victoria segura de Mika Hakkinen acabó en un triunfo de Rubens Barrichello, ¡que también había ganado aquella carrera inglesa de 2003!.

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Max Verstappen no tendrá consigo con su fabulosa hinchada naranja en el GP de Austria, la que apunta a ser la primera competencia de este extraño Mundial 2020, y la imposibilidad de contar con ellos llevó a la postergación del retorno de Holanda al calendario. Pero en ocasiones, un exceso de espectadores pone en riesgo las carreras

Eso ocurrió el 18 de enero de 1953, cuando el autódromo de Buenos Aires recibió por primera vez al Mundial de F-1 pára el inaugural GP de Argentina. No se sabe a ciencia cierta cuánta gente hubo ese día, pero versiones sobre medio millón de personas no son descabelladas. Como no había lugar para todos en las tribunas, el público se acomodó a lo largo del circuito, como era la usanza en el tradicional Turismo Carretera. Por evitar a un espectador que cruzó la pista, el primer campeón mundial, Nino Farina, perdió el control de su Ferrari dejó el asfalto y atropelló al público. Un resultado espantoso: nueve muertos y 27 heridos. La carrera más luctuosa en la historia del Mundial. 

Algo similar ocurrió en México 1970, cuando cerca de 200 mil personas inundaron las instalaciones del Magdalena Mixhuca, ahora conocido como Hermanos Rodríguez. Aquel GP acabó en un escándalo. Agresiones, botellas rotas en la pista, un perro embestido por Jackie Stewart ¡en plena carrera!, fue tan grande la conmoción que la F-1 no regresó a México por 16 años.

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Es mejor cuando el público es protagonista en el mejor de los aspectos. Fue el aliento de su gente el que sentía Ayrton Senna en la fase final del GP de Brasil de 1991, con la caja de velocidades de su McLaren trabada en la sexta marcha y sufriendo espasmos producidos por repetidos calambres. Ese aliento lo llevó con esfuerzo a completar uno de sus triunfos más sentidos.

Lo mismo puede decirse de Inglaterra 1987, cuando Nigel Mansell recuperaba terreno tras una parada imprevista y el ulular del público británico le extrajo lo más combativo de su carácter para doblegar a a su compañero Nelson Piquet con una maniobra de antología. A veces el público empujar a su ídolo, y en aquella ocasión fue tal cual.

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Sin embargo, la máxima incidencia del público de la F-1 en el resultado de una carrera en particular se produjo 70 años atrás. Ocurrió el 21 de mayo de 1950, en el circuito de Montecarlo. Juan Manuel Fangio había capturado la punta desde la pole-position pero al salir de la chicana en la segunda vuelta, notó que la gente no lo estaba mirando a él, que era el puntero. "No veía sus caras, sino sus nucas", reconoció Fangio que lo interpretó como una señal. "Estaban mirando algo más importante".

Sus reflejos lo hicieron desacelerar y frenar: en la siguiente curva, en Tabac, nueve de los 19 coches que habían largado la competencia obstruían el paso después de un choque múltiple, solo quedaba una mínima senda. Fangio pasó con cuidado por allí y se marchó: ganó aquel GP de Mónaco de 1950 con una vuelta de ventaja, lo que habría sido imposible sin el protagonismo de los espectadores...

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Y ese protagonismo es aleccionador porque cuando algo no le gusta y lo hace notar. Dos ejemplos notables: el abucheo de la platea en el podio de Austria 2002, con miles de espectadores descontentos por el arreglo en la pista que privó a Barrichello de una victoria merecida en, apenas, la quinta carrera de la temporada, sacrificándose en el altar del dios Michael Schumacher, que ese domingo no fue tan divino...

O el descontento generalizado de la gente en el GP de Estados Unidos de 2005, protagonizado solo por seis pilotos, a causa de los problemas que afrontaban los 14 restantes, calzados con unas cubiertas que no soportaban el esfuerzo en el peralte de la última curva del circuito mixto de Indianápolis. Los innumerables pulgares apuntando hacia abajo fueron el punto de partida de una titánica tarea de casi una década para forzar la vuelta de la F-1 a la Unión.

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Sin público, Dan Gurney habría evitado el momento más amargo de su campaña en la Fórmula 1, cuando en el GP de Holanda de 1960 y siguió de largo en la curva de Tarzán, cuando le fallaron los frenos de su BRM, y atropelló a un espectador que nada tenía que hacer ahí y perdió la vida como consecuencia.

Pero sin público también se evitan momentos de angustia como cuando el March de Jochen Mass aterrizó en medio de un terraplén destinado a los espectadores, en el GP de Francia de 1982. Milagrosamente, no hubo una sola desgracia que lamentar.

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No en todos los sitios se reconoce la importancia del Mundial de F1. El GP de USA de 1991 se disputó en un circuito callejero en el downtown de Phoenix (Arizona) tan despoblado, que una carrera de avestruces en Chandler, un suburbio de Phoenix, el mismo día, ¡llevó más público! La F-1 precisó otros nueve años para regresar a ese país.

Se banca la ausencia de público en competencias como Bahrein o Shanghai -como ocurría en Estambul- escenarios totalmente desprovistos de pasión y sin pilotos locales. Se perderá el glamour y las copas de champagne del Paddock Club, no será tan terrible. Pero ver despobladas los grandstands de Silverstone, los terraplenes de Spa o las tribunas de Monza resultará, indudablemente, un trago amargo.

Fórmula 1 sin público. Un alto precio a pagar para poner en marcha el Mundial 2020. Los fanáticos lo verán, segura y sin riesgo de contagio, desde sus hogares.

26/5


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