"Corre solo".
Sí, claro.
"El 90 por ciento de los pilotos ganarían con ese auto".
Sí, desde ya.
"Las cubiertas están terminadas".
Sí, por supuesto, Lewis, no hay problemas, dale nomás...
(En el equipo Mercedes deben reírse mucho cuando escuchan definiciones como esa de parte de su campeón. Imaginarán que son el preludio al Hammertime...)
Las crónicas aseguran que Lewis Hamilton acaba de igualar la marca absoluta de siete títulos mundiales que Michael Schumacher estableció en 2004. Pero no es totalmente cierto. Porque el inglés ya suma 94 triunfos y dejó convincentemente atrás el record de 91 triunfos del alemán, también lo ha superado en pole-positions, y se acerca con asombrosa velocidad al centenar de halagos. Hamilton ya pesa más que Schumacher en la balanza de la historia. ¿Qué duda cabe de que en 2021 habrá quebrado la barrera de los 100 triunfos, de las 100 poles?
Sin embargo, la frialdad de los números no entibiará siquiera ese fuego que enciende Hamilton cada vez que se decide a ensayar una proeza. Parecía el que el resucitado Grand Prix de Turquía podía ser cualquiera, menos para él.
Pero aplicando una vez más su sello de perfección -la gestión de los neumáticos en esta peculiar era de la Fórmula 1- el inglés conquistó en el resbaladizo asfalto de Estambul una de sus victorias más exquisitas, de las que se recordarán con fruición cuando el tiempo las vuelva piezas de colección.
Fueron 50 vueltas con el mismo juego de cubiertas en una pista impredecible, contra todos los pronósticos. No estuvo exento de errores en una prueba en la que, quien más o menos, se equivocó en algún pasaje -salvo, probablemente, Checo Pérez ("una vuelta más y una cubierta hubiera explotado") o Sebastian Vettel ("con gomas slick, podría haber ganado") pero su dominio se hizo sublime en la parte final del Grand Prix y dejó con la boca abierta a los que entienden de qué se trata. Los rivales calzaban juegos nuevos y aún así no podían alcanzarlo...
Así que, con tres competencias de anticipación, Hamilton concluye de paso una campaña relámpago, que empezó el 5 de julio en Austria, 20 fines de semana atrás. En solo 142 días, el inglés venció en diez ocasiones, las últimas cuatro en forma consecutiva, y amasó 307 puntos, sacándole 110 de ventaja a su compañero Valtteri Bottas cuando solo quedan en juego 78.
Paliza.
El finlandés terminó 14° después de protagonizar seis trompos a lo largo de todo el GP.
CÓMO HACER DE LA GESTIÓN UN ARTE
Ahora quizás es momento de ver qué han tenido de diferentes esos records, o mejor dicho: cómo se ha llegado a semejantes alturas por distintos caminos.
Tomemos el caso de Michael Schumacher. De sus 91 triunfos, solo dos no fueron logrados en la Era de los Reabastecimientos de la F-1. Eso le cayó perfecto a su estilo. Tanto en Benetton como en Ferrari, con el concurso estratégico de Ross Brawn, transformaba cada Grand Prix en una serie de stints cortos (tres, cuatro, cinco, de acuerdo a las paradas que decidiesen hacer) y, como las cubiertas no eran limitantes, entonces podía andar lo más cerca del límite o en el límite de rendimiento durante toda la carrera. En ese juego no tenía rivales. En cada stint, auto liviano y gomas nuevas para andar lo más a fondo posible. Así, era implacable.
La prueba de ese método reside en el siguiente dato: durante el año en que la goma fue limitante, 2005, cuando no se permitía cambiar las cubiertas en carrera, Schumi ganó un solo GP, sin rivales: Indianápolis.
El caso de Hamilton es distinto: en la Era Híbrida consiguió 72 de sus 94 triunfos. Y en esta era de coches pesados, con carga completa desde el arranque, la limitante es la cubierta. No se puede desaparecer en la distancia, como hacía Schumacher, porque las gomas son más frágiles. Una táctica como la de MS hoy podría dejarlo muy vulnerable, invariablemente, sobre el último tercio de la carrera, si aparece un safety-car.
Lo que hace a Hamilton tan brillante es su capacidad aparentemente infinita para extraer el máximo jugo de sus cubiertas (y por lo tanto, del mejor auto de la F-1) sin someterlas a tanto desgaste. Un ejemplo extraordinario fue el GP de Portugal: cuidó las cubiertas las primeras 20 vueltas, tiró un par de mensajes contradictorios para despistar, y después, entre las vueltas 20 y 30 aplastó a su compañero Valtteri Bottas.
Otro fue Imola, una pista en la que unió su nombre al de ganadores como el propio Schumacher o su ídolo Ayrton Senna, en la que tiró un overcut de 11 vueltas (más de 50 kilómetros) para quedarse con el triunfo.
Y completó en Turquía una trilogía fabulosa, esta vez con neumáticos intermedios, sin comprometerlos más que lo imprescindible (un contraste absoluto en ese sentido, esta vez, con Max Verstappen) y estirando su vida útil mientras les arrancaba pleno rendimiento. Esas últimas vueltas sacándole más y más ventaja a Pérez resultaron una delicia.
Hamilton lleva a cabo esa tarea con los neumáticos mejor que cualquiera, y los que se le acercan en términos en gestión de neumáticos (antes era Jenson Button, hoy podría ser Pérez, como quedó en claro en Estambul) no operan a su mismo nivel de excelencia para ese alcanzar ese nivel de cuidado: son menos veloces en esa franja de sensibilidad máxima.
¿Podría haber brillado Schumi en esta época? Seguramente. Pero el caso inverso, que Hamilton hubiera sido tan brillante en la Era de los Reabastecimientos, es más probable. Es cierto que MS sabía ganar con autos que no necesariamente son los mejores. Pero todo parece indicar que con serios limitantes, Hamilton consigue más…
15/11
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