La mayoría de quienes trabajan en Fórmula 1, por lo general europeos, detestan bajar a San Pablo para el Grand Prix de Brasil. Detestan la ciudad, por sucia y peligrosa, detestan el clima por pesado y pegajoso, detestan el circuito por incómodo y anticuado. Por fortuna, los fanáticos adoran Interlagos y eso lo sostiene año a año en el calendario, y lo adoran porque allí se producen carreras extraordinarias con una frecuencia que bien querrían otros escenarios mucho más exclusivos pero anodinos y sin carácter.
Es el escenario de tantas batallas finales de campeonato, tensas y sensacionales, que conserva buena parte de la magia con la que fue concebido 80 años atrás, en lo que era un pantano, una pista que -como Spa- no perdió atractivo cuando la modernidad la recortó al 50 por ciento de la extensión. Aunque los europeos protesten, Interlagos es un clásico de la Fórmula 1, y competencias como este Grand Prix lo subrayan a menudo.
En el mismo escenario en el que consiguió su primer título mundial trece años antes, Lewis Hamilton logró su 101a victoria en la F-1, acaso una de las más resonantes de toda su campaña: por antecedentes, por factura y por proyección, como se intentará explicar aquí.
Es cierto que todavía sigue siendo el escolta del torneo, a 14 puntos del líder Max Verstappen, pero la demostración de superioridad de la escuadra Mercedes fue tan evidente que el humor se volcó por completo hacia su lado. Y eso puede pesar en lo que queda del campeonato, tres carreras en pistas no conocidas, a todo o nada.
El affaire DRS, suscitado entre viernes y sábado, rescató el orgullo de la escuadra de Brackley, que venía golpeada por las derrotas en Austin y Ciudad de México. Pero nada de lo que ocurrió después habría sido posible sin la formidable arma en la que se transformó el W12 #44 con un flamante motor de combustión interna a bordo, en las manos y los pies de Hamilton.
Con ese coche, Hamilton avanzó 15 posiciones en la clasificación Sprint del sábado y otras 10 en el GP. A algunos rivales los superó en dos ocasiones, como a Yuki Tsunoda en el Sprint o a Sergio Checo Pérez en la carrera dominical. Con ese coche, Hamilton pareció haber retornado a aquellos días de 2019 en los que sus resultados solo dependían de sí mismo, sin que los rivales pudieran tocarlo (como Verstappen a su alerón trasero el viernes tras la Qualy...).
No pasó más coches porque ya no había nadie adelante, y lo concreto es que el neerlandés apeló a todos los trucos para mantenerse adelante en la medida de lo posible. A saber:
- Frenada más profunda en la curva 4 (al estilo de la largada en Ciudad de México) cuando Hamilton lo superó brevemente en el giro 48;
- Detención precipitada por la posibilidad de un undercut en contra, en el giro 40, para no verse inerme ante una maniobra agresiva por parte de su perseguidor;
- Barrida de pista en la recta principal para evitar que el W12 aprovechara la succión de su RB16B para alcanzar la punta en el giro 58.
Lo de Hamilton fue asombroso porque, aunque su coche fuera excepcionalmente más rápido gracias a su motor más fresco y, probablemente, a otro secreto aerodinámico que todavía mantiene perplejo al rey de la materia, Adrian Newey, hubo mucho de orgullo en su demostración conductiva.
¿Cuánto más rápido era el Mercedes de Hamilton respecto al RedBull de Verstappen?
Clasificación Hamilton 327,5 Verstappen 318,3 Sprint Hamilton 339,0 Verstappen 317,3 Grand Prix Hamilton 333,2 Verstappen 318 (En km/h. Data: FIA) |
Un orgullo herido por lo ocurrido el viernes, que se potenció en la mecánica, y nos permitió ver cómo, aún si es imposible comparar épocas, la dinámica histórica permanece activa.
Su identificación con Ayrton Senna a lo largo de los años ha sido tal que los brasileños lo reverencian como un dios, como la extensión actual del espíritu del tricampeón 1988/90/91. Si Verstappen fue local en México por su vecindad con Pérez, Hamilton fue un paulista más en Interlagos. Sí, acaso pecó de demagogia en la ceremonia final, pero bastará con señalarlo, sin juicio.
Ese combativo espíritu Senna fue el que lo llevó a querer rendir más cuando más golpeado parecía. A treinta años de aquel Grand Prix inolvidable, el de Brasil en 1991, cuando Ayrton acabó extenuado por conducir su McLaren-Honda con la caja trabada en sexta marcha y aún así defendió la victoria, esta puesta en escena de Hamilton resultó un cabal homenaje.
Pero también hubo destellos de otro grande en esa carrera desde el décimo lugar hasta la bandera a cuadros. En la semana, Sir Jackie Stewart eludió contestarme qué veía de Fangio en Hamilton, como se puede repasar aquí. Cinco días más tarde, nos lo mostró la propia Fórmula 1.
Lo que Hamilton posee de Fangio es ese carácter implacable que volvía imbatible al balcarceño y del que está dotado el mismo inglés para transformar la materia en oro. Un alquimista del volante. Porque eso de "para terminar primero, primero hay que terminar", el siete veces campeón mundial lo pone en práctica siempre y mejor que nadie, cuando extrae de su máquina (y de sus cubiertas) el máximo de rendimiento con el mínimo de desgaste.
En Interlagos, además, fue implacable. Hasta Verstappen, que aspira a vencerlo en la carrera al título, tuvo que rendirse. Su cara, sus expresiones en el parque cerrado, eximen de pruebas al respecto.
"Intenté todo lo que podía, fue una buena batalla, pero al final me faltaba un poco e ritmo. De todas maneras, fue divertido. Lideré, fui segundo, tengo confianza en que iremos más fuertes a las próximas carreras", fue su resumen de la carrera. Una derrota sin atenuantes, se presente como se presente.
En dos ocasiones a lo largo del fin de semana, Newey encaró a la FIA para transmitir sus sospechas sobre la legalidad del W12. Una de esas visitas disparó la revisión en la que fue descubierto el DRS ilegal, que según los propios comisarios fue producto de un error y no una maniobra para sacar ventaja (hasta podría haber sido provocado por uno o dos tornillos sueltos), pero nadie puede dudar de que en el Sprint o el Grand Prix los Mercedes estaban perfectamente encuadrados en el reglamento.
¿Es un truco relacionado con el difusor del W12 y su comportamiento en determinadas circunstancias a alta velocidad, cuando se elimina el drag que induce en las rectas, lo que genera esta ventaja inesperada? ¿O es, como aseguran en RedBull, algún sortilegio relacionado con la flexibilidad del alerón trasero del Mercedes que se acciona por encima de los 260 km/h?
Cómo sea: Hamilton cuenta con un motor fresco para las últimas carreras, acaso capaz de poner de manifiesto durante sábado y domingo el famoso Party Mode que en 2020 solo se usaba en la Q3. Le salió redondo: acabó ganando el Grand Prix en el que lo adoptó: A Verstappen le sucedió algo similar en Rusia, pero solo salió segundo... del actual campeón mundial.
"Nunca pensé que podría reducir la ventaja en el campeonato como finalmente ocurrió, porque las cosas se mantenían en contra nuestro", subrayó Hamilton tras su alucinante triunfo. "Esto demuestra que siempre hay que empujar, nunca dejar de pelear. Porque así fue cómo encaré este fin de semana".
Ahora hay 14 puntos de diferencia entre ambos. Si este resultado de Brasil se reitera en Qatar y Arabia Saudita -lo que no es descabellado- ambos llegarían empatados en 368,5 puntos al último Grand Prix del año. Eso, con independencia de quien marque el record de vuelta. En ese panorama, quien termine adelante en Abu Dhabi sería el campeón. ¿Qué mejor manera de acabar el Mundial más fenomenal de la Era Híbrida a todo o nada, en un único Grand Prix, en una pista que ha cambiado su dibujo para volverse más atractiva?
Sería increíble. Pero real.
Y empieza a saberse el próximo domingo...
14/11
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